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miércoles, 26 de septiembre de 2018

Asomando las narices por primera vez


Se le atribuye al emperador Marco Aurelio la frase “Vivir exige el talento del luchador, no el del bailarín” y comprendo que esa perspectiva invita a fortalecerse, a resistir en un mundo durísimo que no admite adornos; sin embargo, no puedo, no quiero aceptar tal afirmación.

Nos urgen pasos hermosos, los necesitamos para evitar la crudeza de la supervivencia. Cada oportunidad de saborear momentos, de permitirse la alegría, de retar a los días insípidos, es un acto de amor por la vida y de rebeldía ante la vulgar existencia. Es tan efímero nuestro paso por este mundo que siempre será mejor transitarlo con algo de gracia.

Esta escena que relataré, como muchas más que rescato para recuperarme cuando todo se obscurece, es auténtica; por todas partes existen tesoros que sólo esperan a ser observados y sublimados.

Un día en el supermercado presencié una escena maravillosa que aún me encanta: mientras yo, jodida de aburrimiento, me debatía entre el tipo de cotonetes que había de elegir, a unos metros de mí, una pareja se acercó al mostrador de la farmacia; ella de alrededor de 50 años, él con 55 máximo. La mujer tomó un lubricante de entre una limitada variedad, leyó, lo cambió por otro, leyó, tomó un tercero; coquetísima miró a ese hombre (que infiero sería su marido, por el grado de familiaridad y el carrito repleto de víveres que él empujaba a corta distancia), le sonrió y le cerró un ojo. Ella se formó en la fila para pagar aquel tubo negro con rojo; él… ¡¡¡se ruborizó!!! y volteando a todos lados se alejó como adolescente descubierto, esperando a su compañera detrás del estante donde yo me encontraba. Una vez concluida la transacción, él la recibió con una sonrisa estúpida y la besó de la forma más antiestética posible (con sumida de nariz incluida).

Y me pregunto ¿no es esto un pequeño pas de bourrée? ¿no vence el bailarín, a punta de belleza, la rusticidad de la costumbre?

Claro está que se trata de lo que cada quién quiera ver en un momento como el que he referido: pudo alguien suponer una relación extramarital y juzgar los daños colaterales de la aventura de ese par; pudo otra persona no prestar atención al lubricante, pieza clave en ese instante mágico, y concentrarse sólo en el beso desordenado; pudo ser, como fue en realidad, que la acción pasara inadvertida para todos alrededor… pero es posible ¡claro que lo es! que alguien rescate ese guiño, esa sonrisa, esa travesurilla madura y continúe la historia en su mente… si acaso los hijos vuelven de la prepa en cualquier momento y hay que apresurarse y pertenecerse de nuevo, reconocer los pliegues que han aparecido en la piel y gozar de ese instante en que se descubre que el deseo pervive y se transforma en algo torpe y familiar. Yo qué sé. Espero no dar la impresión de ser una voyeur en potencia, sino una hacedora de finales felices, importantes, cotidianos, posibles todos.

Así es que me presento: soy Cantarenas, mujer de mediana edad, pero de dudosa madurez. Espero que mi exquisito gusto por los helados y por las historias verdaderas pueda hacer que alguien pase un momento íntimo y agradable y encima, me conceda la dicha de recibir su comentario.

Quedo a sus órdenes y agradezco de corazón la invitación a este espacio donde personas talentosas dan de sí, por el simple gusto de compartir.

Un abrazo apretado a quien me honre con su lectura.




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