Hace dos años conocí a Lupita en el
centro penitenciario de Santa Martha Acatitla, durante el concierto en el que
participé con el grupo Yolotli (al que tengo el honor de pertenecer, aunque no
me encuentre en activo por el momento). El evento no tuvo mucha difusión y se
empalmó con otras actividades de las internas, por ello apenas contábamos con
algunas decenas de espectadoras que francamente no parecían muy interesadas en
nuestro canto.
Algunas cuantas asistentes tomaron
asiento en las bancas frente al anfiteatro, pero en primera fila se
concentraron siete u ocho mujeres que prestaron mucha atención al concierto;
entre ellas estaba Lupita.
Aquella mirada nos emocionó: derramaba
abundantes lágrimas a lo largo de cada canción y era difícil no contagiarse, en
ocasiones tuve que desviar la mirada para poder disolver el nudo en la garganta
que me producía y continuar con el canto. Ella aplaudía como niña y su cara se
iluminó cuando una de mis amigas la señaló, como parte de las narraciones que
hacemos entre canciones: “dicen que tú eres Lupita…” exclamó Jenny, sin saber
que a quien apuntaba, efectivamente llevaba aquel nombre.
Al término del concierto, nos
condujeron a una mesa preparada para que comiéramos algo; comentamos entre
nosotras la peculiar pasión con que nos recibió esa entonces desconocida mujer
y le pregunté por ella a una de las responsables del evento: “Ahhhh Lupita
Jiménez”- respondió- ante el asombro de todas nosotras por la coincidencia. La
hicieron venir y ella apareció con esos ojos maravillosos y húmedos, abrazando
un cuaderno; la recibimos con alegría, se sentó un rato a platicarnos su
historia (que no me corresponde repetir) y me pidió le escribiera la traducción
de una de las canciones que más le movieron “Teca huini”, en zapoteco. Bajo la
letra de la canción agregué el nombre del grupo y los datos para que nos
encontrara por redes sociales al salir, también incluí mi nombre de usuario en
Facebook y un breve mensaje de agradecimiento.
Lupita se despidió, pero sólo
momentáneamente, volvió unos minutos más tarde con un tubo de galletas marías y
otro de saladas para compartir con nosotras. Yo me sentí avergonzada de
aceptar, a algunas de nosotras se nos salieron las lágrimas porque entendemos
que cada producto ahí les cuesta mucho y que puede significar algún recurso
para canjear por alguna necesidad; Lupita insistió y nos dijo que ella quería
compartir algo con nosotras, así que aceptamos. Hasta ahí todo había quedado
como un hermoso recuerdo, pero siete u ocho meses más tarde, se comunicó Lupita
por mensaje al Facebook, contándonos que ya estaba en libertad; nos alegró
mucho la noticia y la invitamos al concierto que daríamos en el Teatro de la
Ciudad, sin embargo, no le fue posible asistir.
Durante meses nos escribimos mensajes,
algunas veces también nos comentábamos publicaciones de las redes sociales
personales; fue hasta que iniciaron las funciones de la obra musical “Yo soy y
existo”, que vimos la oportunidad real de reencontrarnos. Finalmente, ayer
asistí a la carpa geodésica para verla actuar: el espectáculo forma parte de la
iniciativa “voz en libertad”, que pretende apoyar a la reinserción social de
hombres y mujeres que fueron privados de su libertad. Dentro de los penales,
los integrantes de estos grupos realizan actividades culturales que les
permiten canalizar sus emociones a través del arte; al salir, los espera la
opción de unirse a la compañía de teatro y presentarse en público con sus
talentos particulares.
Un joven, miembro de la compañía, me
recibió en la entrada y llamó a Lupita cuando le indiqué con quién venía; desde
que alcancé a ver sus zapatitos descendiendo por la escalera supe que era ella,
nos sonreímos como dos niñas y nos fundimos en un abrazo apretado que sólo fue
interrumpido por un “por fin”, exclamado por ambas. Conversamos un poco,
ruborizadas y llorosas; me presentó a su director, un hombre serio de mirada
tristona, que me dio la bienvenida. Nos separamos para que ella fuera a
prepararse y yo me reuní con la amiga que invité; nos dieron la entrada y
ocupamos la segunda fila, justo en el centro, y esperé con nerviosismo a que
corrieran las tres llamadas.
Por fin se abrió el telón: uno a uno,
fueron saliendo los integrantes, diciendo su nombre y el tiempo que habían
permanecido recluidos, algunas personas agregaban comentarios sobre lo que
perdieron y lo que anhelan recuperar. Apareció Lupita entre las cortinas,
caminó en línea recta hasta el centro del escenario, me miró mientras decía su
nombre, yo rompí en llanto y ella contuvo el suyo; con gran sonrisa terminó su
intervención, tratando de domar a su voz quebrada. Pensé en el momento en que
nos conocimos, nos hallábamos en la misma situación, ambas llenas de emoción e
intercambiando miradas cómplices; ahora era su turno en la escena y el mío en
las butacas, admirándola.
A este instante único le siguieron dos
horas de temas musicales, poemas, chistes y hasta artes marciales; cada persona
dio lo mejor de sí, con tanta pasión y energía que los espectadores muchas
veces lloramos y reímos. Se siente electricidad en el aire; duelen y enternecen
esos tantos pares de ojos que se entregan intensamente; se eriza la piel al
escuchar los testimonios y las conclusiones siempre cargadas de esperanza.
No quisiera dar más detalles de este
espectáculo, porque aún quedan dos o tres presentaciones más y quiero pedirles
que asistan y se sorprendan. Si la carpa geodésica tiene buena entrada el
próximo domingo a las 5 pm, es muy posible que extiendan la temporada. 300
pesos la entrada, con opción a buenos descuentos (pídanlo si van en familia).
¡¡¡Asistan!!! A Lupita la reconocerán
por sus ojos absolutos, su fuerte presencia escénica y su hermosa voz
interpretando “cielo rojo”. Verán que no exagero, es un espectáculo
transformador, no sólo para las mujeres y hombres que desnudan sus espíritus en
el escenario, sino para cualquiera que tenga algo que perdonarse para poder
continuar. Comunico esta historia, con todo el deseo de que vayan al teatro y
descubran que los seres humanos tenemos mucho en común y que aún de las peores
situaciones, podemos renacer.
Un abrazo, con todo mi cariño.